En estos sufridos tiempos que corren
donde una enfermedad azota la población es una bueno poner algunas gotas de
humor para sobrellevar esta situación. Seguramente dentro de no sé cuantos la
recordaremos como una mala pesadilla, e incluso nos reiremos con algunas
medidas tomadas; risibles desde la perspectiva del tiempo. Eso mismo ha
sucedido con algunas de las enfermedades “clásicas”. Recordemos algunos
momentos de alguna de ellas, como la muy “popular” SÍFILIS:
A finales de Siglo XIX, la sesuda
“ciencia médica” de la época comienza a enfrentarse a el problema de la amplia
difusión de las enfermedades venéreas, que adquirieron en esa época el carácter
de verdadera plaga; sobre todo entre las crecientes poblaciones urbanas. Se
empieza a cambiar la visión de la enfermedad, que pasa de ser un “pecado
individual” o “enfermedad secreta” a una “lacra social”, propiciado por la gran
difusión que comienzan a tener estas enfermedades.
Y ello a pesar de que en muchos casos
llegó a ser motivo de orgullo personal, En sus “Elementos de Higiene Naval” (ojo, que es con “v”) de
1879 Ángel Fernández Caro nos dice:
“Existe
en el pueblo y en algunas personas de posición más elevada una especie de
vanagloria en haber padecido afecciones venéreas; imaginan sin duda que son más
varoniles si pueden ostentar las cicatrices de unos cuantos bubones. La
instrucción y la educación moral concluirán con estos restos de salvajismo».
Manda Huebos
A pesar de estas cosas se llega a la
conclusión que la mejor arma para luchar contra ellas es: LA PREVENCIÓN, que es
aserto popular que “más vale prevenir que curar”. El problema era el cómo, y
ayer como hoy se recurrió tanto a la educación de la población como al uso de
métodos de profilaxis físico-química.
En España el primero en hacer
“Educación Sanitaria” al respecto fue el Dr. Juan de Azua que en el lejano año
de la Guerra de Cuba (1898) y desde su consulta del Hospital de San Juan de
Dios de Madrid, repartía entre los potenciales clientes de las prostitutas “varones de 15 años en adelante” un
material impreso a modo de “Instrucciones de Uso” llamados “Avisos Sanitarios”
(que fueron aceptados por la Conferencia Internacional de Bruselas de 1902).Pongamos
alguno:
«(Aviso
núm. 1.- Para las casas de tolerancia y las prostitutas inscritas).
Para librarse de que le peguen purgaciones, sífilis, chancros o llagas
venéreas o sarna, hay que hacer antes de entrar con la mujer, que ésta enseñe a
usted su cartilla y su retrato pegado a la misma. Si el retrato es de otra
mujer o no quiere enseñar la cartilla, es que la mujer está mala. Cuando en la
cartilla hay una estrella encarnada encima de la última firma del Médico, es
que la mujer puede pegar algo.
Por precaución conviene se lave usted bien, por fuera, con agua, y si
sabe manejarlo y lo lleva, con sublimado; que orine, y en cuanto llegue a su
casa se ponga una inyección (sic)de una jeringuilla en
el caño de la orina de la receta siguiente: (la fórmula que se adopte). Téngase
dos minutos dentro del caño de la orina».
Este aviso debía ser entregado a los clientes por las “madamas”
y las prostitutas; cuando el cliente era analfabeto, las prostitutas debían
leerle el último informe que apareciera en la cartilla. Desconozco cómo se
hacía o si existía la previsión en el caso de que la señorita y el cliente
fueran ambos analfabetos.
Más adelante
en 1908 el Inspector de Sanidad de Madrid, José Call, incluía entre las
funciones de los médicos del Sistema Sanitario de entonces, la elaboración de
folletos y la impartición de conferencias de títulos tan sugerentes como
“Peligros del contagio sifilítico dentro del matrimonio”, “La sífilis y los
manicomios”, “Los abusos sexuales y el estómago” o la no menos clarificadora
“El desgaste intelectual del crapuloso”. Habría que oírlas por lo instructivo y
aleccionador.
Si las
medidas concienciadoras, no surtían el efecto deseado entre la población
masculina y descartada la abstinencia como medida aceptable, si se consumaba la
coyunda, bien sea altruista o mercenaria (sobre todo ésta última), era
conveniente recurrir a las medidas de prevención físico-químicas.
Entre ellos
destacan las fricciones con pomadas de calomelanos (protocloruro de mercurio
mezclado en la proporción del 1 por 3 con lanolina), que Metchnikoff y Roux
habían utilizado desde 1906; pues era de común acuerdo médico (“entonces”, que
ya sabemos que muchos de los paradigmas de la medicina cambian cada veinticinco
años, y lo que hoy es dogma mañana pasa a ser motivo de risa) que el condón no
ofrecía una total garantía “porque no cubría todo el pene hasta su raíz,
pudiendo rozarse ésta con los muslos”. Y además había sido condenado por el
Vaticano en 1826 por trastornar «los decretos de la providencia, que ha
querido castigar a sus criaturas por donde ellas habían pecado». Es decir,
que “en el pecado lleve la penitencia”, y que se aguante…
A pesar de ello en España se vendían preservativos, pasándose
por el forro (nunca más al pelo la expresión) la prohibición papal algunos tan
sugerentes como éste de 1911 de la casa Higgins and Sanitary Co, antes F. B.
Garcés y Cía., establecida en Barcelona, con un amplio catálogo de los mismos,
donde destaca el preservativo «El caimán», «imitando la piel de cocodrilo», que
«es de lo más nuevo, curioso y útil que se conoce». Se vendía con o sin
recipiente y en tres tallas (pequeño, mediano y grande): Decía el anuncio
insertado en los periódicos: «El Caimán está fabricado con cauchú (sic) y
seda sin soldadura de ninguna clase, y afelpado después por un nuevo
procedimiento; este preservativo es del más gracioso efecto; y de una fineza
extremada y una dulzura sin par al usarlo (desconocemos el tipo de uso,
aunque podemos intuirlo por el adjetivo utilizado), no produciendo
irritación alguna». Me hubiera encantado ver el “gracioso efecto” que
provocaba su contemplación….
España fue pionera de aplicar las medidas de profilaxis
química y así tenemos que en algunos barcos la Armada, ya en 1913 se había
implantado de manera obligatoria una especie de kit llamado el “Viro”, que
contenía una pequeña cantidad de la pomada de Metchnikoff que se aplicaba en la
piel del pene, antes del coito y una pequeña cantidad de nitrato de plata en
aplicador monodosis que se inyectaba en la uretra después del mismo.
Pero los estadounidenses
mucho más sistemáticos impulsaron estas medidas preventivas durante la I Guerra
Mundial creando en 1917 las llamadas “Cabinas Profilácticas” a las que debían
de acudir los soldados después del contacto sexual antes de las cuatro horas
siguientes a éste (desconocemos el porqué de ese lapso temporal tan específico).
En éstas existían soldados de Sanidad convenientemente instruidos (pobres míos),
los que realizaban un completo lavado de los genitales, instilaciones de
argirol o protargol en la uretra y la aplicación de la famosa pomada de
Metchnikoff en glande, prepucio y pene, mediante una fricción de cinco minutos
y la aplicación posterior de un papel de seda para conservar aplicada la pomada
durante cuatro o cinco horas, después de las cuales realizaban un nuevo lavado.
Quizás por ese motivo Cuerpo de Sanidad Militar no era un destino muy apetecido
para los soldados dentro del Ejército….
Aparte de todo esto y curiosamente no es hasta la segunda
década del siglo XX, cuando la mujer se incorpora como destinataria de las
medidas de precaución:
«La profilaxia (sic) contra la blenorragia no es sólo
importante para el hombre. La mujer la necesita igualmente. En los tiempos que
corremos, esta necesidad no se limita sólo a las prostitutas». Muy bueno.
Así llegamos hasta los años treinta donde se descubren la
rapidez de propagación de las treponemas y la existencia de sífilis mudas
asintomáticas, hechos que cuestionaron la validez de los métodos profilácticos
químicos para la sífilis. Dicho de otro modo: que no servían para nada. A
buenas horas.
Entramos así en la época de la llamada “profilaxis mediante
el tratamiento” mediante un derivado del arsénico el Salvarsán vía parenteral (sus
ampollas eran llamadas las “balas mágicas” a pesar de que tenían importantes
efectos secundarios). Del mismo modo el condón fue ganando terreno como
profiláctico (de ahí su otra denominación eufemística). Así En 1931, Cordero
Soroa, Médico de los Dispensarios Antivenéreos de Madrid, lo resumía de esta
manera:
«Queda en pie el valor indiscutible de los lavados
jabonosos precoces y prolongados, la utilidad de la profilaxis mecánica por el
preservativo o condón y el poco o nulo valor profiláctico de las diferentes
pomadas propuestas y comúnmente en uso».
Y con estas consideraciones también en los años treinta llegó
también a España la II República y un cambio de aires en las conductas sexuales
de la población. Aumento la promiscuidad, los cabarets y las llamadas “Casas de
Tolerancia” Llegaron a publicarse “Guías Nocturnas” (para Madrid, Barcelona,
Zaragoza y Valencia) podía encontrar en ellas una relación detallada de los
locales en donde se practicaba el sexo venal, así como varias publicidades para
los necesarios preservativos o clínicas venéreas en caso de «incidente» o para
mayor seguridad frente a una práctica sexual potencialmente peligrosa.
También en esa época el condón de látex es ya ampliamente
difundido y según Camilo José Cela en su “Diccionario Secreto” pasa a
ser conocido por diversos apelativos (disfruten de ellos): “aparejo
profiláctico, calcetín, calcetín de viaje, capote, capote inglés, chumpa,
disfraz, forro, funda, goma, goma higiénica, goma profiláctica, gomita, gorro,
impermeable, impermeable inglés, jebe, látex, margarita, objeto de goma,
paracaídas, paraguas, poncho, sombrero, tripajo, velo rosado”.
En la Postguerra Civil solían ubicarse cercanos a los
“barrios chinos” o incluso en ellos locales o pisos discretos identificados con
lo letreros “Gomas y Lavajes”, donde se vendían preservativos de “estraperlo” y
algún aficionado avanzado aplicaba lavados uretrales con solución de
permanganato potásico; eso sí; con el paciente pegado de espaldas a una pared.
Los profesionales que lo hayan realizado alguna vez me entenderán.
Como no quiero hacer esto excesivamente largo dejaré por último
una nota legislativa y se entenderá porque la obligada “discreción en la venta
de profilácticos: El
Código Penal de 1944 en su Artículo 416, dentro del apartado dedicado al
aborto, la utilización, la divulgación y la venta de medios destinados a prohibir
la procreación:
«Serán castigados con arresto mayor y multa de 1.000 a
25.000 pesetas los que, con relación o medicamentos, sustancias, objetos,
instrumentos, aparatos, medios o procedimientos capaces de provocar o
facilitar el aborto o de evitar la procreación realicen cualquiera de los actos
siguientes: (…) 4º: La divulgación en cualquier forma que se realizare de los
destinados a evitar la procreación, así como su exposición pública y
ofrecimiento en venta».
En otra ocasión contaremos más historias de la guerra y la
Post Guerra, pues son muy enjundiosas en este tema.