domingo, 6 de diciembre de 2020

Los Dragones de Cuera

En el Siglo XVI la “frontera” de España en América del Norte tenía unos 6.000 Kmts. , lo que actualmente son los Estados de Texas, Arizona, Nuevo México, gran parte de California y algunas zonas de Colorado, Utah y Nevada, cubriendo un territorio equivalente a cuatro veces España. De su control y defensa se encargaban solamente unos 1.500 soldados voluntarios que se comprometían a servir al Rey durante 10 años. Solo si cumplías los requisitos: tener 16 años, medir más de metro y medio, estar sano, ser católico y libre de pecado.

        Como sucedía en las tropas del Imperio español, eran interraciales. Aunque los mandos superiores solían ser de origen europeo, la tropa contaba con criollos, mulatos, mestizos e indios. Su nombre oficial era “Soldados de Presidio”, más conocidos por “Dragones de Cuera”, ya veremos porqué.

        Su misión principal era la protección de los llamados “presidios”: unos fuertes de adobe que eran el germen de las ciudades donde se alojaban los colonos y sus oficios de servicio y también marcar el territorio y protegerlo de las incursiones de los rusos desde el Noroeste y de los franceses y anglos desde el Este. Y sobre todo defenderlos frente a las tribus nativas que solían realizar incursiones para robar ganado y mujeres para intercambiar por armas y ron a comerciantes franceses asentados ilegalmente en nuestro territorio. Además de este cometido, protegían el Camino Real entre México y California y entre Texas y Florida. Estos belicosos nativos nos sonarán mucho, y no por los estudios de Historia de España: Apaches, Comanches, Sioux, Navajos, Utes, Wichitas, Yumas y Pawnees.

         Algunos de ellos como los sioux habían sido empujados por los ingleses desde sus territorios norteños hacia el Sur, entrando en conflicto con las tribus autóctonas como los apaches (con los que mantuvieron en 1724 una brutal batalla que duró nueve días y que terminó con la casi aniquilación de estos últimos y la huida de los supervivientes hacia tierras españolas). También los comanches ocuparon una enorme región baldía y casi deshabitada justo frente a la línea de Presidios española que todas las demás tribus rehuían. (el actual estado de Oklahoma, el Este de Nuevo México, el Sudeste de Colorado y Kansas y el Este de Texas) llamado desde entonces “La Comanchería”.

         Nuestros soldados en estas latitudes abandonaron sus corazas y morriones y adaptaron su equipamiento a su misión: Tropas móviles, ágiles y armadas hasta los dientes: una escopeta, dos pistolas, una lanza y; por supuesto; una espada y en su hoja grabada la siguiente frase: “No me saques sin razón, ni me envaines sin honor”.Para defenderse usaban una adarga (escudo árabe realizado en cuero y que había sido adoptado por la caballería ligera cristiana durante la Reconquista) con los cuarteles de España dibujados en el centro, una chaqueta sin mangas de seis capas de cuero (llamada la “cuera”, que podía llegar a pesar hasta diez kilos) y unos gruesos pantalones del mismo material que servía como protección frente a las flechas de los indios. Para rematar la indumentaria un sombrero típicamente andaluz, ese que se llamamos de “ala ancha” o también “cordobés”.

         De esta guisa protagonizaron múltiples encuentros y defensa de los fuertes a lo largo de toda la frontera. Los más belicosos eran los apaches, de profesión: ladrones de ganado. En Tucson 750 apaches contra 15 Dragones que salieron al grito “Santiago y a ellos”. En San Diego 350 contra 4, un capellán, un herrero y un carpintero (el herrero y el capellán murieron).

         Alguna de sus hazañas deja al archiconocido Séptimo de Caballería como soldados de juguete.

Incluso tuvimos nuestra propia batalla de Little Big Horn y a nuestro General Custer, aunque bastantes años antes cuando en 1720 cerca de Columbus (Nebraska) 45 Dragones y 60 indios Pueblo fueron atacados por la tribu de los Pawnee (ayudados por soldados y comerciantes franceses). Su inexperto comandante Pedro de Villasur cayó muerto en los primeros instantes. Los escasos supervivientes del ataque sorpresa formaron un círculo en torno a él. La batalla concluyó en matanza con el resultado de 35 soldados españoles y 11 indios pueblo muertos. Los siete españoles y 45 indios restantes llegaron moribundos (unos de los soldados con nueve heridas de bala y con el cuero cabelludo arrancado) a su base de Santa Fe un mes después recorriendo unos ochocientos kilómetros en su regreso. En el museo de la Sociedad Histórica del Estado de Nebraska pintado sobre seis pieles de vaca puede verse una pintura anónima de la batalla. En Little Big Horn fueron 265 soldados y todos murieron.

         Durante la segunda mitad del Siglo XVIII, el nuevo rey Carlos III creó la unidad administrativa de las llamadas “Provincias Internas” para mejor organización del Territorio. En el centro de Texas se fundó la Misión de San Sabá donde vivían entre colonos, soldados, misioneros e indios amigos unas trescientas personas. Pero en 1758 más de dos mil comanches atacaron por sorpresa acabando con todos sus moradores (al pobre Padre Terreros lo desangraron colgándolo boca abajo del campanario).

         Se comenzaron las indagaciones para averiguar la autoría de semejante carnicería y aunque se tardó, se concluyó que habían sido los comanches agrupados en la llamada Confederación Nachitoche (auspiciada y armada por los franceses de la vecina Luisiana).

         El jefe de esta agrupación era el cruel “Cuerno Verde” que asoló la región robando y matando lo que se ponía a su paso. Po ello en 1779 el Gobernador Juan Bautista de Anza. decidió acabar con el problema. Cruzando una senda poco habitual se dirigió a Arkansas, y en una hábil estrategia un batallón de Dragones (con los cascos de los caballos forrados para amortiguar el ruido), dieron con el autor de la matanza de San Sabá. El Gran Jefe de la Confederación Nachitoche, una docena de destacados líderes de la misma y un centenar de jinetes, pasarían a mejor vida tras un ataque relámpago al amanecer. Las andanzas del comanche eran ya del conocimiento de los gobiernos europeos, por lo que Carlos III decide enviar sus distintivos guerreros (un tocado de búfalo con los cuernos pintados de verde, su adarga y su carcaj de flechas) al mismo Papa de Roma, y aun puede contemplarse en una de las salas de los Museos Vaticanos.

         Después de la excepcional hazaña de acabar con el sádico comanche, surgió la personalidad pacificadora y colonizadora del coronel de Anza.

        Siendo gobernador de Nuevo México, organizó dos expediciones a California y en la segunda fundó en la bahía de la Yerbabuena la ciudad de San Francisco, para luego firmar con los indios de la frontera, comandados por el prestigioso Gran Jefe Comanche Ecueracapa, la única concordia que los hombres blancos (incluidos los de EEUU) mantuvieron con los “pieles rojas” en toda la historia: “La Paz de Anza”, que perduró más de un siglo.

         A los Dragones de Cuera se les recuerda con admiración en México, pues actualmente el Himno de la Caballería del Ejército Mexicano es el mismo que tenía esta unidad española. En España, su recuerdo se olvidó.

sábado, 21 de noviembre de 2020

El Circo Parlamentario

 


        Presenciando algunos debates parlamentarios en el Congreso de los Diputados en éstos últimos días, muchos se sorprenden de las malas formas, actitudes provocadoras e incluso chulescas e irrespetuosas de algunos señores Diputados con respecto a otros. Hemos visto mandar a “tomar por culo” a la Presidenta del Parlamento Andaluz, sacar plátanos (un recuerdo al inefable Fernando Sagaseta) e impresoras, solo falta un conejo de la chistera y ya tenemos el show.

        Nada sorprendente para mí. Solamente con repasar los Diarios de Sesiones de la II República nos podemos encontrar a menudo situaciones, frases y discursos de lo más “sustancioso”. Aquellas Cortes tan “idealizadas”, “ejemplares”, “democráticas” eran con frecuencia un auténtico “circo” donde insultos,amenazas, alborotos, jaleos, trifulcas e interrupciones a gritos eran frecuentes.

        También el gran escritor Wenceslao Fernández Flórez es una buena fuente de información, pues fue cronista parlamentario durante las últimas cortes de la monarquía y las primeras de la república. Publicaba sus crónicas en el ABC (están publicadas).

Como muestra, bien vale un botón. Lo relatamos a continuación. A ver si os suena de algo:

 

            La sesión del 4 de julio de 1934 se celebraba la última sesión del periodo. Se debatía sobre la actitud de rebeldía de la Generalidad de Cataluña la (había aprobado una Ley de Cultivos que fue declarada inconstitucional, como respuesta la Generalidad volvió a aprobar otra idéntica). El Parlamento debía apoyar al Gobierno de Ricardo Samper Ibáñez (de Partido Radical de Lerroux con apoyo de la CEDA) en forma de proposición de una moción de confianza para que resolviera el conflicto.

        Se escucharon las argumentaciones de José Calvo Sotelo, José María Albiñana, Indalecio Prieto, entre otros. Llegó el turno de José María Gil Robles, líder de la CEDA, que explicaba su voto de apoyo al Gobierno, siendo aplaudido ocasionalmente por los Diputados de su bancada.

        En medio de una de las pausas oratorias y en el silencio de la Cámara, el Diputado socialista por Huelva Sr. Juan Tirado Figueroa manifiesta en voz alta: “Es un canalla y un farsante”. El Diputado de la CEDA por Sevilla Jaime Oriol de la Puerta le pide que retire las palabras “No estoy dispuesto a tolerarle esa ofensa. O retira usted esa palabra o…» El representante del PSOE se negó a retractarse de esta manera: “Por las buenas le diré a usted que no quería molestarle; por las malas no rectifico una tilde.”

 

        Los andaluces siempre hemos sido de sangre caliente y el sevillano se abalanza sobre el onubense que lo recibe con un puñetazo bien dirigido a la cara. Varios Diputados socialistas se dirigen contra él para terminar “la faena” y lo derriban sobre un escaño. Se produce lo que podría llamar una “riña tumultuaria” con varios grupos de “padres de la Patria” dándose de mamporros por toda la sala. El líder de PSOE desde un escaño no demasiado lejano, saca su pistola, la amartilla y encañona a Jaime Oriol cuando trataba de reponerse. Afortunadamente no llegó a disparar.

        El presidente del Congreso, temiendo que aquello termine como una pelea de bandas en el Chicago de los 30, literalmente sale corriendo del hemiciclo y se atrinchera en su despacho.

        Algunos Diputados le piden al Sr. Rahola que ocupe el sillón presidencial y ponga orden en aquella algarabía, pero se niega. Un secretario tiene que anunciar a gritos en medio del alboroto que la sesión se interrumpirá cinco minutos. Nerviosos muchos se pusieron a fumar (entonces se podía), llenándose todo de humo.

        Reanudada la sesión vienen las explicaciones de los protagonistas: Prieto se justifica por la razón de que “un diputado socialista había sido agredido” y sale del paso con: “Es exacto que ha salido a la luz alguna pistola, por lo menos la mía; pero, desde luego (hago esta confesión, en la que no hay jactancia, sino, en todo caso, arrepentimiento), he sacado la pistola después de haber visto frente a mí otra ya fuera del bolsillo".

        Pero parece ser solo la vio él, por lo que Oriol le replica “El señor Prieto debe declarar quien es ese diputado que ha sacado la pistola. Lo indudable es que el señor Prieto esgrimió la suya. Es absolutamente intolerable que estemos deliberando en una cámara bajo la amenaza y la presión de unos señores que pretenden, cuando no tienen razones, emplear esa clase de argumentos”.

        Parecía que el Parlamento había estado a punto de convertirse en “Ok Corral”, duelo incluido.

        Entretanto han conseguido que el presidente vuelva a su puesto y pronuncie unas palabras de exortación: “No es lícito, señores diputados, que, en presencia de tantas contrariedades, de tantas miserias, de tantas amarguras, de tantas dificultades como tienen los españoles fuera de aquí, nosotros les ofrezcamos el ejemplo, no de nuestra abnegación y sacrificio, sino el bien lamentable de nuestras querellas y nuestros pugilatos personales".

        Y con esto dio por zanjado el incidente. Afortunadamente como decía Quevedo: “Fuese y no hubo nada”.

        Definitivamente eran otros tiempos que espero no regresen. Eran tiempos donde los dirigentes políticos incitaban sin pudor a la violencia.

            Recordemos lo que en febrero de ese año de 1934 decía el periódico “Renovación” (Órgano Oficial de la Federación de Juventudes Socialistas) dirigido por Santiago Carrillo, en uno de los puntos del llamado “Decálogo del Joven Socialista”:

            “La única idea que hoy debe tener grabada el joven socialista en su cerebro es que el socialismo sólo puede imponerse por la violencia, y que aquel compañero que propugne lo contrario, que tenga todavía sueños democráticos, sea alto, sea bajo, no pasa de ser un traidor, consciente o inconscientemente”.

        “Y sobre todo esto: armarse. Como sea, donde sea y "por los procedimientos que sean". Armarse. Consigna: Ármate tú, al concluir arma si puedes al vecino, mientras haces todo lo posible por desarmar a un enemigo”.

        Que no se repitan esos tiempos ni esas actitudes ni esos políticos. Que no se repitan.


lunes, 23 de marzo de 2020

NOTAS SIFILÍTICAS


En estos sufridos tiempos que corren donde una enfermedad azota la población es una bueno poner algunas gotas de humor para sobrellevar esta situación. Seguramente dentro de no sé cuantos la recordaremos como una mala pesadilla, e incluso nos reiremos con algunas medidas tomadas; risibles desde la perspectiva del tiempo. Eso mismo ha sucedido con algunas de las enfermedades “clásicas”. Recordemos algunos momentos de alguna de ellas, como la muy “popular” SÍFILIS:


A finales de Siglo XIX, la sesuda “ciencia médica” de la época comienza a enfrentarse a el problema de la amplia difusión de las enfermedades venéreas, que adquirieron en esa época el carácter de verdadera plaga; sobre todo entre las crecientes poblaciones urbanas. Se empieza a cambiar la visión de la enfermedad, que pasa de ser un “pecado individual” o “enfermedad secreta” a una “lacra social”, propiciado por la gran difusión que comienzan a tener estas enfermedades.


Y ello a pesar de que en muchos casos llegó a ser motivo de orgullo personal, En sus “Elementos de Higiene Naval” (ojo, que es con “v”) de 1879 Ángel Fernández Caro nos dice:

Existe en el pueblo y en algunas personas de posición más elevada una especie de vanagloria en haber padecido afecciones venéreas; imaginan sin duda que son más varoniles si pueden ostentar las cicatrices de unos cuantos bubones. La instrucción y la educación moral concluirán con estos restos de salvajismo».

Manda Huebos 


A pesar de estas cosas se llega a la conclusión que la mejor arma para luchar contra ellas es: LA PREVENCIÓN, que es aserto popular que “más vale prevenir que curar”. El problema era el cómo, y ayer como hoy se recurrió tanto a la educación de la población como al uso de métodos de profilaxis físico-química.


En España el primero en hacer “Educación Sanitaria” al respecto fue el Dr. Juan de Azua que en el lejano año de la Guerra de Cuba (1898) y desde su consulta del Hospital de San Juan de Dios de Madrid, repartía entre los potenciales clientes de las prostitutas “varones de 15 años en adelante” un material impreso a modo de “Instrucciones de Uso” llamados “Avisos Sanitarios” (que fueron aceptados por la Conferencia Internacional de Bruselas de 1902).Pongamos alguno:

«(Aviso núm. 1.- Para las casas de tolerancia y las prostitutas inscritas).

Para librarse de que le peguen purgaciones, sífilis, chancros o llagas venéreas o sarna, hay que hacer antes de entrar con la mujer, que ésta enseñe a usted su cartilla y su retrato pegado a la misma. Si el retrato es de otra mujer o no quiere enseñar la cartilla, es que la mujer está mala. Cuando en la cartilla hay una estrella encarnada encima de la última firma del Médico, es que la mujer puede pegar algo.

Por precaución conviene se lave usted bien, por fuera, con agua, y si sabe manejarlo y lo lleva, con sublimado; que orine, y en cuanto llegue a su casa se ponga una inyección (sic)de una jeringuilla en el caño de la orina de la receta siguiente: (la fórmula que se adopte). Téngase dos minutos dentro del caño de la orina».


Este aviso debía ser entregado a los clientes por las “madamas” y las prostitutas; cuando el cliente era analfabeto, las prostitutas debían leerle el último informe que apareciera en la cartilla. Desconozco cómo se hacía o si existía la previsión en el caso de que la señorita y el cliente fueran ambos analfabetos.


            Más adelante en 1908 el Inspector de Sanidad de Madrid, José Call, incluía entre las funciones de los médicos del Sistema Sanitario de entonces, la elaboración de folletos y la impartición de conferencias de títulos tan sugerentes como “Peligros del contagio sifilítico dentro del matrimonio”, “La sífilis y los manicomios”, “Los abusos sexuales y el estómago” o la no menos clarificadora “El desgaste intelectual del crapuloso”. Habría que oírlas por lo instructivo y aleccionador.

            Si las medidas concienciadoras, no surtían el efecto deseado entre la población masculina y descartada la abstinencia como medida aceptable, si se consumaba la coyunda, bien sea altruista o mercenaria (sobre todo ésta última), era conveniente recurrir a las medidas de prevención físico-químicas.


            Entre ellos destacan las fricciones con pomadas de calomelanos (protocloruro de mercurio mezclado en la proporción del 1 por 3 con lanolina), que Metchnikoff y Roux habían utilizado desde 1906; pues era de común acuerdo médico (“entonces”, que ya sabemos que muchos de los paradigmas de la medicina cambian cada veinticinco años, y lo que hoy es dogma mañana pasa a ser motivo de risa) que el condón no ofrecía una total garantía “porque no cubría todo el pene hasta su raíz, pudiendo rozarse ésta con los muslos”. Y además había sido condenado por el Vaticano en 1826 por trastornar «los decretos de la providencia, que ha querido castigar a sus criaturas por donde ellas habían pecado». Es decir, que “en el pecado lleve la penitencia”, y que se aguante…


A pesar de ello en España se vendían preservativos, pasándose por el forro (nunca más al pelo la expresión) la prohibición papal algunos tan sugerentes como éste de 1911 de la casa Higgins and Sanitary Co, antes F. B. Garcés y Cía., establecida en Barcelona, con un amplio catálogo de los mismos, donde destaca el preservativo «El caimán», «imitando la piel de cocodrilo», que «es de lo más nuevo, curioso y útil que se conoce». Se vendía con o sin recipiente y en tres tallas (pequeño, mediano y grande): Decía el anuncio insertado en los periódicos: «El Caimán está fabricado con cauchú (sic) y seda sin soldadura de ninguna clase, y afelpado después por un nuevo procedimiento; este preservativo es del más gracioso efecto; y de una fineza extremada y una dulzura sin par al usarlo (desconocemos el tipo de uso, aunque podemos intuirlo por el adjetivo utilizado), no produciendo irritación alguna». Me hubiera encantado ver el “gracioso efecto” que provocaba su contemplación….



España fue pionera de aplicar las medidas de profilaxis química y así tenemos que en algunos barcos la Armada, ya en 1913 se había implantado de manera obligatoria una especie de kit llamado el “Viro”, que contenía una pequeña cantidad de la pomada de Metchnikoff que se aplicaba en la piel del pene, antes del coito y una pequeña cantidad de nitrato de plata en aplicador monodosis que se inyectaba en la uretra después del mismo.


            Pero los estadounidenses mucho más sistemáticos impulsaron estas medidas preventivas durante la I Guerra Mundial creando en 1917 las llamadas “Cabinas Profilácticas” a las que debían de acudir los soldados después del contacto sexual antes de las cuatro horas siguientes a éste (desconocemos el porqué de ese lapso temporal tan específico). En éstas existían soldados de Sanidad convenientemente instruidos (pobres míos), los que realizaban un completo lavado de los genitales, instilaciones de argirol o protargol en la uretra y la aplicación de la famosa pomada de Metchnikoff en glande, prepucio y pene, mediante una fricción de cinco minutos y la aplicación posterior de un papel de seda para conservar aplicada la pomada durante cuatro o cinco horas, después de las cuales realizaban un nuevo lavado. Quizás por ese motivo Cuerpo de Sanidad Militar no era un destino muy apetecido para los soldados dentro del Ejército….


Aparte de todo esto y curiosamente no es hasta la segunda década del siglo XX, cuando la mujer se incorpora como destinataria de las medidas de precaución:

«La profilaxia (sic) contra la blenorragia no es sólo importante para el hombre. La mujer la necesita igualmente. En los tiempos que corremos, esta necesidad no se limita sólo a las prostitutas». Muy bueno.


Así llegamos hasta los años treinta donde se descubren la rapidez de propagación de las treponemas y la existencia de sífilis mudas asintomáticas, hechos que cuestionaron la validez de los métodos profilácticos químicos para la sífilis. Dicho de otro modo: que no servían para nada. A buenas horas.


Entramos así en la época de la llamada “profilaxis mediante el tratamiento” mediante un derivado del arsénico el Salvarsán vía parenteral (sus ampollas eran llamadas las “balas mágicas” a pesar de que tenían importantes efectos secundarios). Del mismo modo el condón fue ganando terreno como profiláctico (de ahí su otra denominación eufemística). Así En 1931, Cordero Soroa, Médico de los Dispensarios Antivenéreos de Madrid, lo resumía de esta manera:

«Queda en pie el valor indiscutible de los lavados jabonosos precoces y prolongados, la utilidad de la profilaxis mecánica por el preservativo o condón y el poco o nulo valor profiláctico de las diferentes pomadas propuestas y comúnmente en uso». 

Y con estas consideraciones también en los años treinta llegó también a España la II República y un cambio de aires en las conductas sexuales de la población. Aumento la promiscuidad, los cabarets y las llamadas “Casas de Tolerancia” Llegaron a publicarse “Guías Nocturnas” (para Madrid, Barcelona, Zaragoza y Valencia) podía encontrar en ellas una relación detallada de los locales en donde se practicaba el sexo venal, así como varias publicidades para los necesarios preservativos o clínicas venéreas en caso de «incidente» o para mayor seguridad frente a una práctica sexual potencialmente peligrosa.

También en esa época el condón de látex es ya ampliamente difundido y según Camilo José Cela en su “Diccionario Secreto” pasa a ser conocido por diversos apelativos (disfruten de ellos): “aparejo profiláctico, calcetín, calcetín de viaje, capote, capote inglés, chumpa, disfraz, forro, funda, goma, goma higiénica, goma profiláctica, gomita, gorro, impermeable, impermeable inglés, jebe, látex, margarita, objeto de goma, paracaídas, paraguas, poncho, sombrero, tripajo, velo rosado”.

En la Postguerra Civil solían ubicarse cercanos a los “barrios chinos” o incluso en ellos locales o pisos discretos identificados con lo letreros “Gomas y Lavajes”, donde se vendían preservativos de “estraperlo” y algún aficionado avanzado aplicaba lavados uretrales con solución de permanganato potásico; eso sí; con el paciente pegado de espaldas a una pared. Los profesionales que lo hayan realizado alguna vez me entenderán.

Como no quiero hacer esto excesivamente largo dejaré por último una nota legislativa y se entenderá porque la obligada “discreción en la venta de profilácticos: El Código Penal de 1944 en su Artículo 416, dentro del apartado dedicado al aborto, la utilización, la divulgación y la venta de medios destinados a prohibir la procreación:

«Serán castigados con arresto mayor y multa de 1.000 a 25.000 pesetas los que, con relación o medicamentos, sustancias, objetos, instrumentos, aparatos, medios o procedimientos capaces de provocar o facilitar el aborto o de evitar la procreación realicen cualquiera de los actos siguientes: (…) 4º: La divulgación en cualquier forma que se realizare de los destinados a evitar la procreación, así como su exposición pública y ofrecimiento en venta».

En otra ocasión contaremos más historias de la guerra y la Post Guerra, pues son muy enjundiosas en este tema.