Durante la Primera Guerra
Mundial, la Sanidad Militar disponía de unos recursos muy limitados, pues la
Farmacología moderna era una ciencia en desarrollo.
Si bien durante la contienda se
implementaron sistemas de diagnóstico avanzados como los Rayos X (de los que ya
hablamos en el blog) o terapias de emergencia como las transfusiones de sangre
(tras la entrada de EE.UU en el conflicto y diferenciando entre sangre para
negros y para blancos), los fármacos avanzados disponibles y la posibilidad de
un diagnóstico rápido eran objetivos lejanos.
Además, en el Ejército Británico
los Médicos Militares ejercían una “doble” función, la primera; obviamente; era
cuidar de la salud de la tropa. Pero había una segunda función “encubierta” que
era vigilar la disciplina de los soldados. Según el historiador Tim Cook (quien
ha publicado una decena de libros sobre la historia militar de Canadá) "Su
trabajo era realmente de guardianes. Había soldados que estaban genuinamente
enfermos y otros que fingían estarlo porque estaban hartos de la guerra y
querían abandonar el frente. Entonces, era el médico el que debía determinar
quién decía la verdad".
Por eso eran mirados con
desconfianza por los soldados, pues el Alto Mando siempre les pedía que fuesen
muy estrictos y calificaran como “aptos para el servicio” a cuantos más hombres
mejor, lo que les hizo ganarse entre ellos la fama de insensibles y faltos de
ética médica que les había hecho olvidar su misión principal.
Por ello las siglas en inglés del
Cuerpo Médico del Ejército Real Británico (RAMC) eran a veces transformada en
"Roba a todos mis camaradas" ("Rob All My Comrades").

Algunas contenían analgésicos
potentes (morfina y opio), paracetamol para bajar la fiebre. Otras eran de
epinefrina, quinina, codeína para la tos, bicarbonato para las molestias
gástricas, permanganato potásico para tratar las intoxicaciones por gases
fosforados. Y la más utilizada de todas: La “píldora Nº 9”.
La “misteriosa” Nº 9 era
suministrada en cualquier ocasión y ante cualquier cuadro dudoso. Y la
frecuencia de su prescripción hizo que la "Número 9" quedara
“inmortalizada” en los diarios y cartas de los soldados; como que en 1915
escribe a su madre James Fargey "No importa
el problema que tengas, él (médico)siempre te da la misma
pastilla". Incluso en el en el
argot que estos solían usar en las trincheras el "nueve" se convirtió
en sinónimo de estar enfermo.
También al igual que en España cuando se juega al Bingo y
se canta el número 15 se responde con “la niña bonita” (vinculado
a la adolescencia por excelencia), en Inglaterra cuando sale el 9 se dice la
frase "orden del doctor" (Doctor´s Order).
A ella se refiere el soldado
canadiense George Bell en el curioso libro de memorias Glimpsing Modernity:
Military Medicine in World War I (Vislumbrando la modernidad: la
medicina militar en la I Guerra Mundial): "era la panacea para todas
las enfermedades".
Creo que es el momento de
desvelar la composición de esta maravilla de la farmacopea. Sus principios
activos eran: Extracto de Ruibarbo, Extracto de Tuera (plantas de efectos
laxantes, más drástico en ésta última) y para terminar el coctel Cloruro de
Mercurio, que además de producir intoxicación en uso continuado, tiene un
potente efecto…..laxante.
Quizás la famosa pastillita haya
estado detrás de una de las mayores epidemias que azotó a todos los ejércitos
beligerantes en la I Guerra Mundial: la llamaba entonces “disentería” que tenía
a los soldados más tiempo con los pantalones bajados que con el arma en la mano
y convertía las insalubres letrinas de campaña en auténticos ríos de detritus.
Pero, entonces, ¿por qué la
recetaban con tanta frecuencia?: “Doctores tiene la Iglesia”….